Una amiga me contó cómo en el trabajo debía lidiar con un gran volumen de datos y ordenarlos para hacer ciertos cálculos. Gran parte del trabajo era manual, copiar los datos y pegarlos en el orden correcto. Este proceso sin embargo generaba múltiples errores; si alguien copiaba mal o pegaba mal los datos, arruinaba todo el cálculo y hacía perder el tiempo. Así que mi amiga desarrolló una forma automática de hacer el traspaso de datos, ahorrando horas de trabajo y reduciendo los errores humanos.
“Wow”, le dije yo. “¿Y la gente sabe lo que hiciste?”
No, me dijo ella. En realidad no era algo tan importante. En realidad no era tan difícil lo que había hecho, me aseguraba. Y sin embargo, en la empresa nunca nadie había pensado en hacer lo que ella hizo. Hasta entonces, habían copiado y pegado a mano, cometiendo errores y perdiendo tiempo.
“Tienes que mostrarlo, mostrar que lo hiciste tú, que la gente te vea”, le dije. “No dejes que otros se queden con el crédito”.
A muchas nos cuesta mostrar lo que hacemos. No es tan importante. Otros lo podrían hacer también. No soy buena mostrando cosas o hablando. En realidad lo que hice no es tan bueno.
Nos gustaría que la gente alrededor simplemente viera nuestro trabajo y fuera capaz de juzgar su calidad, y reconocernos si lo hicimos bien. Pero en la mayoría de los casos si no hablamos, nadie nos verá. Y peor, puede que otros se apropien de tu trabajo, y lo muestren como si fuera de ellos.
Hay personas que nacen con más habilidades para “vender” y mostrar – hasta exagerar – su trabajo, y otras que deben entrenar en esto (no para exagerar, sino para que se reconozca lo que hacemos). Hay hombres y mujeres afectados por esta situación, pero creo que a las mujeres nos cuesta un poco más. No sabemos cómo hablar en la oficina, a veces hay pocas mujeres en roles que podamos observar para aprender. Tememos lo que vayan a pensar de nosotras: que estamos alardeando, que quedaremos mal con nuestro jefe porque se nos ocurrió algo que a él no. Que entraremos en un juego de poderes dentro de la oficina que no sabemos manejar.
En el caso de mi amiga, su trabajo fue lo suficientemente importante como para que una jefa sugiriera presentarlo oficialmente al área. Adivinen qué, la presentación la haría un hombre, que ni siquiera estuvo involucrado en la idea. “Casi dejo que presentara él, pero me acordé de ti”, me dijo mi amiga.
Al final la presentación salió bien y mi amiga quedó feliz. Puede que le traiga buenas consecuencias para su trabajo. Pero más allá de eso, creo que las dos aprendimos una lección para movernos en la vida.
Sobre la autora: Cony Sturm es una periodista tech que, anteriormente, fue editora de FayerWayer. Te puedes conectar con ella a través de Twitter: @conysturm.
Es verdad. Tenemos que aprender a valorar nuestro trabajo. Ninguna cosa que hagamos es pequeña. Siempre es un aporte aunque parezca sin importancia.